Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
¡Ha dicho que lancemos los huesos de nuestra madre!
Así es.
¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.
Al pie del Athos había un templo consagrado a Temis, la diosa de la justicia. Deucalión y Pirra se arrodillaron ante el altar.
Si queréis repoblar el mundo, arrojad a vuestras espaldas los huesos de vuestra madre. De los huesos que tires tú, Deucalión, nacerán hombres, y de los de Pirra, nacerán mujeres. Pero tenéis que arrojar los huesos con los ojos tapados, pues no os corresponde ver un prodigio tan asombroso...
Dinos, Temis, tú que has dictado las leyes eternas, ¿volverá a haber hombres y mujeres en el mundo?
¿¡COMO!?
La lluvia cesó, y Deucalión atracó anclas en el monte Athos. La pareja buscó a algún ser humano, pero no encontraron a nadie.
¡Nos hemos quedado solos! ¡No queda nadie en este mundo!
Cálmate, rezaremos a los dioses y nos protegerán.
Tras las palabras de Temis, la pareja quedó escandalizada.
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¡Pero no podemos violar la sepultura de nuestras madres! ¡Es un sacrilegio!
¿Y qué podemos hacer? Nuestra obligación es obedecer a los dioses...
¡No digas locuras, Deucalión! ¡Si desenterramos a nuestros antepasados, el espíritu de los muertos nos atormentará sin descanso!
Deucalión siguió el consejo de su padre. Construyó el arca, la llenó de alimentos y, en cuanto empezó el diluvio, se embarcó con su esposa. Durante nueve días y nueve noches.
Deucalión y Pirra salieron del templo cabizbajos y desconcertados.
¿Qué podían hacer? Si no obedecían a Temis, los dioses se enojarían y, si obedecían, enojarían a los muertos. Parecía que, hicieran lo que hicieran, iban a equivocarse.
Es imposible que los dioses nos hayan aconsejado un crimen. Las cenizas de los muertos son sagradas, e incluso en las guerras se le concede de vez en cuando una tregua al enemigo para que pueda enterrar a sus difuntos. No, seguro que Temis quería decirnos algo que no hemos entendido... Los huesos de nuestra madre tienen que ser..
Una tras otra, Deucalión y Pirra fueron arrojando cientos de piedras a sus espaldas. Las rocas que recogían eran, en efecto, los huesos de la Tierra, que es la madre de todos los hombres. En poco rato, pues, la playa se llenó de hombres y mujeres, de niñas y niños. De ese modo, Deucalión y Pirra crearon la segunda humanidad, que pobló el mundo en poco tiempo y lo llenó de alegrías y tristezas, rencores y amistades, esperanzas y fracasos.