El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Al volverse con un juramento vio una yaracacusú arrollada sobre sí misma.
¡Aaaaah!
Cuento de Horacio Quiroga
A la deriva
Erick Yahir Rodriguez Cortes
El hombre sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
¡¡Toma!
Llegó al rancho. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer.
¡Dorotea no me des agua, dame caña!
¡Pero es caña, Paulino!
El hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná, la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría ante a Tacurú-Pucú.
De verdad... no quiero morir
El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
Espero me ayude mi compadre
Se bajó de la canoa y arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.