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Roma, 28 de marzo año 193 D.C. 10:32 am.
El sol de la hora quinta se posa imponente sobre la muralla serviana, que es la gran barrera defensiva que rodea el imperio, construida siglos antes de que éste existiera, y en los muy lejanos tiempos de la incipiente república en honor al rey de Roma de aquel entonces, Servio Tulio, su imponente diseño está inspirado siguiendo los modelos de construcción etrusco y helenístico. Los grandes bloques de toba volcánica puestos uno a uno y ordenadamente, la hacen casi inexpugnable. Ésta tiene una anchura de casi cuatro metros y más de catorce kilómetros de longitud, sus puertas principales de entrada a la ciudad de Roma, del cardo y el documanus1 están flanqueadas por dos inmensas torres de carácter marcadamente militar, con estancias especiales donde se sitúa la guardia durante el día y la noche. Jamás se deja desprotegida ninguna de las entradas a la ciudad y mucho menos las de la muralla, siempre hay un contingente de los mejores hombres cuidando este punto importante de la ciudad. Esta magnífica estructura sirve de protección a los ciudadanos que conviven en la capital de nuestro gran Imperio romano, en donde pronto se desarrollará un evento inusual y poco convencional.
En una de las altas torres de aquella espectacular entrada, en la llamada castra preatoria, esta soleada mañana una figura humana trepa lentamente con ayuda de una gruesa soga. Un diminuto hombre sube deteniéndose cada cierto tiempo, para tomar un respiro y reanudar su forzado ascenso a la cumbre del gran monolito vertical de ladrillos de toba. Abajo en el amplio patio que da a la fortaleza principal, están reunida gran cantidad de soldados que lo observan con miradas, impacientes y en total silencio. Entre la guardia pretoriana se encuentran también algunos senadores, comerciantes, artesanos, así como gran cantidad gente común. Ninguno de los presentes pronuncia palabra alguna, sólo se limitan a observar al hombre que trepa hacia la cumbre de la torre, la gran mayoría de los presentes no tienen la más mínima idea de qué hace aquel soldado romano o qué quiere demostrar. El sol distorsiona aquella figura dándole un aire sobrehumano, casi mítico, el color del uniforme se ve mucho
1 Es un término empleado en la planificación urbanística en el imperio romano. Denota una calle con orientación norte―sur en un campamento militar o colonia. El cardo principal es el Cardus Maximus, que se cruza perpendicularmente con el Decumanus Maximus, la otra calle principal.
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más llamativo a lo lejos; el rojo de la túnica, las loricas protectoras brillantes, la galea emplumada, ajustada firmemente al mentón, así como el paludamentum que denota su envidiable rango, le dan un aire de superioridad. Cuando la tela de su capa ondea por efecto de la incipiente brisa matutina aquel osado pretoriano, a lo lejos parece estar no trepando sino levitando lentamente hacia la cima. Pronto el soldado desconocido, ya casi llega al final de su extraña misión, que era aparentemente posarse en la cumbre de la torre y decir unas breves palabras, tal vez ordenadas por algún superior que lo observa impaciente en el gran patio de la Castra praetoria.
Cuando por fin el arácnido humano llega a la parte alta de la torre, varios guardias de menor rango que estaban apostados en el sitio lo ayudan a terminar de subir. Éstos desconcertados, se miran mutuamente, pero ninguno se explica por qué no había utilizado las escaleras internas de la torre, e igualmente ninguno se molesta en preguntar el por qué, de aquel ascenso tan inusual. El hombre aún jadeando observa a su alrededor con mirada cansada por la proeza que ha realizado, toma un gran respiro que hincha su pecho y pronuncia de forma clara y fuerte hacia la multitud que estaba en la plaza de armas de la castra Praetoria:
¡Se subasta el Imperio! ¡Se subasta el Imperio!
Un corto silencio se sintió en torno a la muchedumbre y luego un inmenso grito al unísono retumbó ante la silenciosa muralla concentrando el sonido estruendosamente con un gran eco, era el grito de la guardia pretoriana que sacudía los cimientos de aquel imperio en decadencia.
Lo narro como lo vi, Dion Casio Coceyano