Caballero, sentaos junto al fuego; dentro de unmomento cenaremos, y mientras cenáis, se oshará la cama.
¿Es verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me llamáis caballero? ¿Y no me tuteáis? ¿Y no me decís: "¡sal de aquí, perro!" como acostumbran decirme?
Ha de ser el hombre del que hablaban
¡Adelante!
Toc, Toc
Amigo mío, tomad vuestroscandeleros antes de iros.
Después de que el obispo les dijera a los gendarmes que todo lo que Jean Valjean era cierto, los gendarmes soltaron y dejaron libre a Jean Valjean.
Ahora, id en paz. Y a propósito, cuando volváis, amigo mío, es inútil que paséis por el jardín. Podéis entrar y salir siempre por la puerta de la calle. Está cerrada sólo con el picaporte noche y día.
¡Ah, habéis regresado!
Se abrió con violencia la puerta. Un extraño grupo apareció en el umbral. Tres hombres traían a otro cogido del cuello. Los tres hombres eran gendarmes. El cuarto era Jean Valjean. Un cabo que parecía dirigir el grupo se dirigió al obispo haciendo el saludo militar.
Os había dado también los candeleros, que son de plata, y os pueden valer también doscientos francos. ¿Por qué no los habéis llevado con vuestros cubiertos?
Estos seis cubiertos de plata me obsesionaban. Y están allí, a algunos pasos. Y son macizos. Y de plata antigua. Con el cucharón, valdrían lo menos doscientos francos. Doble de lo que he ganado en diecinueve años.
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