Entraron por la puerta un hombre y una vieja, El hombre le pidió el alquiler de la casa y la vieja el de la cama. Hicieron cuentas, y la suma de dos meses subía más de 10 que mi amo podría reunir en un año. Creo que le reclamaron doce o trece reales. El les dio muy buena respuesta: que iría a la plaza a cambiar una moneda de treinta y que volviesen por la tarde. Pero su ida fue sin vuelta.
Vista mi inocencia me dejaron libre. El escribano y el alguacil reclamaron al hombre y a la mujer el pago de sus servicios, pero ellos alegaron que no estaban obligados a pagar nada, pues no había de qué ni se había hecho ningún embargo. Entonces empezó entre ellos una buena disputa, a voz en grito el alguacil y el escribano decían que habían dejado de ir a otro negocio que les importaba más por venir a éste. Finalmente, después de dar muchas voces, el ayudante del alguacil cargó con la vieja manta de la Vieja y se la llevó, aunque no iba muy cargado. Y los cinco se alejaron dando voces.
Así, como he contado, me dejó mi pobre tercer amo. Con él acabé de conocer mi pobre dicha, la cual se mostraba tan en contra mía y contra mis intereses, que si lo habitual es que un mozo abandone a su amo, en mi caso ocurrió al revés, ya que fue mi amo el que me dejo y huyo de mi.
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