Se acerca la hora en la que debo volver a las sulfúreas y atormentadoras llamas del purgatorio.
¡Oh, alma infeliz!
No me compadezcas, y presta oídos atentos a lo que voy a revelarte.
Habla. Te escucho.
Después de oírme, me prometerás venganza.
¿Por qué?
Soy el alma de tu padre, destinada por cierto tiempo a vagar de noche y a permanecer entre las llamas durante el día, hasta que el fuego purifique las culpas que cometí en vida. ¡Oh! Si no estuviera prohibido revelar los secretos de la prisión que habito, podría decirte tales cosas que la menor de ellas bastaría para despedazar tu corazón, helar tu sangre juvenil, hacer saltar tus ojos de sus órbitas y erizar tus enredados cabellos, como las púas del colérico puercoespín. Pero estos eternos misterios no son para los oídos humanos. Atiende, ¡ay!, atiende. Si amaste alguna vez a tu tierno padre…
¡Oh, Dios!
Has de vengar su muerte, un homicidio cruel y atroz. 
¿Homicidio?
Escúchame ahora, Hamlet. Se esparció la voz de que, estando dormido en mi jardín, me mordió una serpiente. Todos los oídos de Dinamarca fueron groseramente engañados con esta fabulosa invención. Pero tú debes saber, generoso hijo, que la serpiente que mordió a tu padre hoy
Oh por dios!
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