Y me dio entonces tres mil pesos.Aquello fue grande asombro para mí, porque jamás había visto ni cien pesos juntos en mis manos. Recibí lo que me daba el difunto Ignacio, me despedí de él y me fui luego a comprarme ropa con aquel dinero
Muy bien señor.
Vengo a entregarle a usted este dinero que le pertenece, güerito
Hicimos entrega de la mulada a otros señores, y un día después me llamó el difunto Ignacio, me llevó por unas pilas que hay en Parral en el barrio de Guanajuato, en un sitio plantado de árboles, y me dijo:
Cuando esa hora llegó ellos me preguntaron que si tenía en qué irme.Yo les dije que sí, y cuando luego vieron el magnífico caballo que yo montaba y quisieron saber cuánto me había costado, les contesté:-No me ha costado más que montarme en él, porque un borracho lo tenía a la puerta de una cantina.Desde entonces aquellos dos hombres me cogieron muy grande cariño.
Oiga amigo! ¿Para dónde va? Pero ya no pudo detenerme, porque tan pronto como me vi yo sobre dicho animal, me fui a esconderlo en el potrero donde habíamos tenido la mulada, que era el único paraje que yo conocía en aquella tierra.
Nos vamos pasado mañana en la noche. Y oiga güerito: cómprese usted un caballo bueno, con sus monturas, porque nada sirve de todo lo que trae. Ese mismo día, queriendo asomarme a una cantina, vi a la puerta de ella un caballo negro con una montura nuevecita. Sin pensar en nada ni importarme nada, me monté en él con todo reposo, y cuando estaba haciendo eso oí que el dueño me gritaba:
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