TÚPAC YUPANQUI.— Quítales la venda. Dime, ¿Dónde estás, Ollanta?, ¿dónde, Orcco Huarancca? Ahora sin remedio serán ejecutados. ¿Quién te ha metido en esto?
PIQUI CHAQUI.— Sabes que entre los yuncas hay muchos piques que producen úlceras graves, que se curan con agua caliente; por esto, quítame a mí también la vida.
TÚPAC YUPANQUI.— Ancco Allu, respóndeme ¿por qué te has perdido con Ollanta? Desátale. ¿No es cierto que el inca te ha venerado como a un padre; y no es cierto que en él has hallado cuanto has querido? Tu palabra ha imperado en su voluntad; cuanto has pedido se te ha concedido y aún más. ¿Había algo oculto para ti? ¡Hablen, traidores! ¡Respóndeme, Ollanta! ¡Responde, Orcco Huarancca!
OLLANTA.— ¡Padre mío, nada me preguntes!; nuestro crimen rebosa por todas partes
TÚPAC YUPANQUI.— ¡Veamos la muerte que deban recibir! Di tu parecer, Huillca Uma.
TÚPAC YUPANQUI.— ¡Rumi!, habla entonces.
HUILLCA UMA.— ¡El Sol me ha concedido un corazón muy benigno!
RUMI ÑAHUI.— Siendo esta una gran traición, el castigo debe ser el último suplicio. El inca enrostra muchos crímenes a esta gente; así, que se les ate de uno en uno, ahora mismo, a cuatro estacas para que todos sus siervos pasen por encima de estos traidores; y que su ejército sea traspasado a flechazos, en castigo de su rebeldía. De este modo se vengará con sangre la muerte de sus padres.
PIQUI CHAQUI.— Así se ha de destruir la nación anti; que se haga también una hoguera para quemar a su gente.
RUMI ÑAHUI.— ¡Calla!, si no te he de lanzar una piedra, pues ahora tengo corazón de piedra.
TÚPAC YUPANQUI.— Han oído que se ha mandado que mueran en la estaca. ¡Condúcelos acá! ¡Muerte a los traidores!
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