Lucía era general la bondad, y creciendo desde el primer momento el interés despertado por las palabras que acaba de oír preguntó:
¿Y quién eres tú?
En nombre de la Virgen, señoracha, ampara el día de hoy a toda una familia en desgracia.
Siéntate, Marcela, enjuaga tus lágrimas.
Soy Marcela, señoracha, la mujer de Juan Yupanqui, pobre y desamparada.
¿Y por qué te confundes, pobre Marcela?Habrá remedio; eres madre y el corazón de las madres vive en una sola tantas vidas como hijos tiene.
Como tú no eres de aquí, niñay, no sabes los martirios que pasamos con el cobrador, el cacique y el tata cura, ¡ay!, ¡ay! ¿Por qué no nos llevó la Peste a todos nosotros, que ya dormiríamos en la tierra?
Es pensamiento culpable, es locura, ¡pobre Juan! : Y ¿Qué es lo más urgente de hoy? Habla, Marcela, como si hablases contigo misma.
Ha dicho al salir: «Uno de estos días he de arrojarme al río porque ya no puedo con mi vida, y quisiera matarte a ti antes de entregar mi cuerpo al agua», y ya tú ves, señoracha, que esto es desvarío.
¡Basta!, no me cuentes más.Hoy mismo hablaré con el gobernador y con el cura, y tal vez mañana quedarás contenta.
El tata cura nos embargó nuestra cosecha de papas por el entierro y los rezos. Ahora tengo que entrar de mita a la casa parroquial, dejando mi choza y mis hijas, y mientras voy, ¿Quién sabe si Juan delira y muere? ¡Quién sabe también la suerte que a mí me espera, porque las mujeres que entran de mita salen... mirando al suelo!
Anda ahora a cuidar de tus hijas, y cuando vuelva Juan tranquilízalo, cuéntale que has hablado conmigo, y dile que venga a verme.
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