ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.
ESCENA VIII
Y con la boca muy seca, y el estómago en un hilo.
¡Válgame Dios! También llega usted tan tarde. No importa porque que haya en la alacena alguna cosa. Yo creo que guardó la cocinera un poco de caldo. Sí…que lo caliente. ¡Manuela!
Dios te lo pague, mamita. Pero escucha; mejor fuera un poco de chocolate, porque hoy creo que son témporas, y el ayuno...
Mandaremos a comprarlo...
No; no, deja; tomaré cualquier cosa. Te molestas…
¡Qué molestia!
¿Y cómo va por acá?
Siempre, Ña Catita, en guerra.
¿Con que no hay forma que entre tu marido por vereda?
Cada día está más terco; no hay que tocar otra tecla sino matarlo o dejarlo. Ahora he tenido una gresca con él, pero para nada. ¡Si es más duro que una peña!
¡Y quién lo ve!
Sí, señor; pero es más malo que Gestas.
¿y Julianita que cara a estas cosas muestra? Por supuesto que se inclina al sujeto
Ni lo piensa: es muy caprichuda, mucho.
A la fuerza. Eso tiene, Rufinita, dejarle la rienda suelta.
¿Pero qué haré, Ña Catita?
Nada: a una niña doncella se le mete en cartabón, que quieras o que no quieras.
Mírela usted; aquí viene.
¿Me llamaba usted, mamita?
Si no me dijese amores no le mostrara entrecejo.
¿Dónde te fuiste, muchacha? Pareces, mujer maldita, que estuvieras con caracha.
Habla con menos descoco de un sujeto tan instruido, que debe dentro de poco, hijita, ser tu marido.