-¿Un terremoto has dicho? -preguntóme.-Sí, ciertamente.-No, hijo mío; me parece que te engañas.-¡Cómo! ¿No son éstos los signos precursores...?-¿De un terremoto? ¡No! ¡Espero algo más grande-¿Qué quiere usted decir?-¡Una erupción, Axel!-¡Una erupción! -exclamé-. ¿Nos hallamos en la chimenea de un volcán en actividad?-Así lo creo -dijo el profesor sonriendo-: y a fe que es lo mejor que pudiera ocurrirnos.¡Lo mejor que pudiera ocurrirnos! ¡Pero entonces mi tío se había vuelto loco! ¿Quésignificado tenían sus palabras? ¿Cómo explicarse su sonrisa?-¡Cómo! -exclamé-, nos hallamos envueltos en una erupción volcánica
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la tierra, nos impulsaba con energía irresistible. Pero, a qué innumerables peligros nosexponíamos!No tardaron en penetrar en la galería vertical, que iba aumentando en anchura, reflejosamarillentos, a cuya luz distinguía a derecha a izquierda, profundos corredores quesemejaban túneles imnensos de los que se escapaban espesos vapores, y largas lenguasde fuego lamían chisporroteando sus paredes.¡Mire usted! ¡Mire usted, tío! -exclamé.¡No te importe. Son llamas sulfurosas que no faltan en ninguna erupción.-Pero, ¿y si nos envuelven?-No nos envolverán.-Pero, ¿y si nos asfïxian?-No nos asfixiarán; la galería se ensancha, y, si fuere necesario, abandonaríamos la balsapara guarecernos en alguna grieta.-¿Y el agua? ¿Y el agua que sube?
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-Mientras permanecíamos parados, me asfixiaba; y, durante las ascensiones, el aireabrasador me cortaba la respiración. Pensé un instante en el placer inmenso de volvermea encontrar súbitamente en las regiones hiperboreales a una temperatura de 30° bajocero. Mi imaginación exaltada paseábase por las llanuras de nieve de las regionesárticas, y anhelaba el momento de poderme revolcar sobre la helada alfombra del polo.Poco a poco, mi cabeza, trastornada por tan reiteradas sacudidas, extravióse, y a no serpor los brazos vigorosos de Hans, en más de una ocasión me habría destrozado el cráneocontra la pared de granito