Durante dos meses, todos los momentos en que se veían, todas las horas que los separaban, Nébel y Lidia se adoraron. Para él, romántico hasta sentir el estado de dolorosa melancolía que provoca una simple garúa que agrisa el patio, la criatura aquella, con su cara angelical, sus ojos azules y su temprana plenitud, debía encarnar la suma posible de ideal.
—Me han dicho que sigues tus visitas a lo de Arrizabalaga. ¿Es cierto? Porque tú no te dignas decirme una palabra
¡Bah! cómo gustarme, puedes, en efecto, ahorrarte el trabajo... Pero quisiera saber en qué estado estás. ¿Vas a esa casa como novio?
Si no te dije nada, papá, es porque sé que no te gusta que hable de eso
si
¿Y entonces?¿Es por mí que su señor padre no quiere asistir?
Porque usted no hace un casamiento clandestino ¿verdad?
¡No, no señora! Está en su modo de ser... Hablaré de nuevo con él, si quiere.
¡Oh! Mi padre tampoco lo cree
Es decir... ¿que su señor padre teme mancharse si pone los pies aquí?
Ah! ¿Y por qué?
Hablé con mi padre, y me ha dicho que le será completamente imposible asistir.
No sé
No sé
¡Sí, él! ¡Usted es una criatura! ¡Pregúntele de dónde ha sacado su fortuna, robada a sus clientes! ¡Y con esos aires! ¡Su familia irreprochable, sin mancha, se llena la boca con eso! ¡Su familia!... ¡Dígale que le diga cuántas paredes tenía que saltar para ir a dormir con su mujer, antes de casarse! ¡Sí, y me viene con su familia!... ¡Muy bien, váyase; estoy hasta aquí de hipocresías! ¡Que lo pase bien!