100 años de soledad
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- MMM, ¿QUÉ OCURRE?
- ¿POR QUÉ HAY TANTA GENTE?
- WOW, ESTOS INVENTOS SON REALMENTE BUENOS
- NIÑOS, NO SE SEPAREN, PUEDE SER MUY PELIGROSO
- OKEY, SOLO DEBO ENCONTRAR AL SEÑOR MELQUIADES PARA QUE M EXPLIQUE ESE SUEÑO TAN RARO.
- Eran gitanos nuevos. Hombres y mujeres jóvenes que solo conocían su propia lengua, ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes, cuyos bailes y música sembraron en las calles un pánico de alborotada alegría, con tus loros pintados de todos los colores que recitaban romanzas italianas, y la gallina que ponía un centenar de huevos de oro al son de la pandereta, el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, y la máquina múltiple qué servía al mismo tiempo para pegar botones y bajar la fiebre.
- POR FIN, ALGUIEN QUE ENTIENDE MI LENGUAJE... ¿USTED SABE DÓNDE PUEDO ENCONTRAR AL SEÑOR MELQUIADES?
- Y un millar de invenciones más, tan ingeniosas e insólitas que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para poder acordarse de todas. En un instante, transformaron la aldea. Los habitantes de Macondo se encontraron de pronto perdidos en sus propias calles aturdidos por la feria multitudinaria.
- OH SEÑOR, LAMENTO MUCHO INFORMARLE ESTO, PERO MELQUIADES MURIÓ
- Llevando un niño de cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con saltimbanquis de dientes acorazados de oro y malabaristas de 6 brazos, sofocado por el confuso aliento de estiércol y sándalo que exhalaba la muchedumbre, José Arcadio Buendía andaba como un loco buscando a Melquiades por todas partes, para que le revelará los infinitos secretos de aquella pesadilla fabulosa.
- Se dirigió a varios gitanos que no entendieron su lengua, por último llegó hasta el lugar donde Melquiades solía plantar su tienda y encontró un armenario taciturno que anunciaba en castellano un jarabe para hacerse invisible, después de tomarse de golpe una copa la sustancia alcanzó a hacer la pregunta.
- El gitano lo envolvió en el clima de su mirada, antes de convertirse en un charco de alquitrán pestilente y humeante sobre el cual quedó flotando la resonancia de su respuesta: "Melquiades murió"
- Aturdido por la noticia José Arcadio Buendía permaneció inmóvil, tratando de sobreponerse a la aflicción, hasta que grupo se dispersó reclamado por otros artificios y el charco del armenio taciturno se evaporó por completo.
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