Ahora Ramiro debía cumplir con el deber, pese a que fuera una criada, pues debió haber pensado bien sus actos antes de embarazarla.
Perdón, yo, señora, y a usted...
¡Manuela! Ven acá, o iré a traerte.
¡Por Dios!
Manuela y Ramiro se casaron, pero en la casa parecía ella más la criada y Gertrudis más el ama de casa. Pese a la vergüenza que sentía Manuela
Gertrudis solicitaba que ella se sentara en la mesa con todos para que los niños comprendieran que eran familia y que no debían seguirse ocultando, pues ello impulsaba pensamientos impuros.
Siéntate manuela, por favor
Por Dios, señora ––suplicaba la Manuela––, no me avergüence así..., mire que me avergüenza... Hacerme que me siente a la mesa con los señores, y sobre todo con los niños..., y que hable de tú al señorito..., ¡eso nunca!
El embarazo de Manuela fue muy incómodo y difícil y Gertrudis hizo lo mismo que en los embarazos de su hermana, tomó al niño y se lo presentó a su padre, quien lo veía con lástima.
Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.
¡Pobre criatura!
De nuevo, la pobre Manuela, la hospiciana, se hallaba preñada y Ramiro muy mal humorado con ello. El doctor, don Juan, auguraba que la madre no sobreviviría mucho tiempo después de dar a luz.
Esta pobre chica está deshecha por dentro; es una tísica consumada y consumida. Resistirá, es lo más probable, hasta dar a luz, pues la Naturaleza, que es muy sabia...
Gertrudis también lo veía en el aspecto de Manuela. Don Juan parecía dedicarle un cortejo platónico a Tula, a quien admiraba y consideraba una mujer especial, fuerte, sagaz y con hermoso cuerpo.
Este hombre me dedica un cortejo platónico
Cada hombre es un mundo, Gertrudis y cada mujer es un cielo