De esta manera tuve que sacar fuerza de flaqueza, y poco a poco, con ayuda de las buenas personas, llegue a esta ciudad de Toledo, donde, con la ayuda de Dios la herida se me cerró después de quince días.
¿Adónde se hallará este, si Dios ahora de nuevo como me creo el mundo, no lo crearía?
Tú, joven bellaco. Busca un amo a quien servirle.
Dia: 2
Andando así discurriendo de puerta en puerta, con poco tiempo (porque ya la claridad había llegado), me encontré con un escudero que iba por la calle, bien peinado, mirándome dijo:
Muchacho, ¿buscas un amo?
Sí, señor.
Dia: 3
Siguíendole el paso, llegamos a su casa, derribando el cabo de la capa, sacó una llave y abrió su puerta; después fuimos entrando, él quitando sobre sí su capa.
¿Tienes las manos limpias?
Dia: 4
Pasados los días, en los que lo comíamos era muy escasos; un día mi amo entró en un real. Con el cual él vino a casa tan alegre como si tuviera el tesoro de Venecia, y con un gesto muy alegre y risueño me dijo:
Toma, Lázaro, Dios ya va abriendo su mano: ve a la plaza, merca pan, vino y carne
Dia: 5
Tomando mi jarro, encaminando mis pasos a la plaza, muy contento y alegre; me encuentro con un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas lo traían
Tomando mi real y jarro y, a los pies dándoles priesa, comienzo a subir mi calle, encaminando mis pasos para la plaza, muy contento y alegre. Yendo la calle arriba, por mis desdicha me encuentro con un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas lo traían.
Arrimándome a la pared, para darle paso al cuerpo, venían un par de mujeres en lecho de luto en la cual iba una diciendo:
Dia: 6
Aquí arriba lo encontré, venía diciendo su mujer: Marido y señor mío, adónde te lleva? ¡A la casa lóbrega y obscura Acá señor, nos lo traen
Mi amo al oir esto, aunque no tenía por qué estar muy risueño, rió tanto, que muy gran rato estuvo sin poder hablar.
Dia: 0
Marido y señor mío, ¿adonde te llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y obscura, donde nunca comen ni beben