Un hombre muerto a puntapiés
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- ¡Papá! ¡Papá!
- Escobedo
- García
- No te vayas tan pronto, hermoso...
- ¿Qué quiere usted, so sucio?
- García
- ERA VICIOSO
- Ramírez siguió caminando, vio a un muchacho y lo siguió. Llamó al muchacho quien se acercó y dijo que se dirigía a su casa. Ramírez lo cogió del brazo, asustado e intentando separarse el muchacho llamó a su padre. En ese instante apareció el obrero que había pasado antes por Escobedo.
- Policía
-
- Usted se interesa por el asunto. Llévelas nomás caballero... Eso sí, con cargo de devolución.
- Al ver a Ramírez, el hombre se arrojó sobre él, le asestó un furioso puntapié en el estómago y Ramírez se desplomó. El obrero, al verlo en tierra, consideró que era muy poco castigo un puntapié, y le propinó dos más sobre su larga nariz.
- Así que decidí adentrarme en el misterio de por qué se mataba a alguien de manera tan ridícula. Determinado a usar el método de la inducción, tomé el Diario de la Tarde y lo volví a leer, hasta que en un momento quedé deslumbrado. “El difunto era vicioso” decía el Diario. Solo quedaba comprobar qué clase de vicio tenía.
- Escobedo
- García
-
- Me dirigí presuroso a mi casa, saqué las fotografías e hice de ellas un estudio completo. Hasta que llegué a aprenderme cada rasgo de memoria. Cogí un papel y tracé el rostro del difunto. Cuando el dibujo estuvo concluido, noté que faltaba algo. Tomé la pluma y completé el busto, busto cuyo pecho tenía algo de mujer.
- En fin, reuní las conclusiones y reconstruí lo ocurrido: Ramírez tenía una desviación de sus instintos. Aquella noche le agitaban los tormentos del deseo y anduvo fijando sus ojos en los hombres. Al llegar a Escobedo, un obrero apareció. Ramírez le tocó el codo e intentó una sonrisa melosa, el obrero lo miró y soltó una carcajada; después siguió caminando.
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