Los dos pequeños jugaban en la copa de un gran árbol siguiendo a unos monitos, cuando de repente vieron que las aguas comenzaban a cubrir la tierra, en pocos segundos, el agua avanzaba con fuerza y todo se perdía a su paso.
Pero al fin una tarde, al volver a la cueva, descubrieron cerca una montaña de hojas frescas con frutas, carnes, maíz y todos los alimentos que habían soñado durante todos estos duros días de hambre y desesperanza.
Los niños se resguardaron en una cueva de esa isla, pero enseguida se dieron cuenta de que no tenían nada para comer comer. ¿Cómo podrían sobrevivir en esa inhospita cueva?
Dispuestos a descubrirlo, se escondieron, de repente vieron llegar a una pareja de guacamayos, de alegres y vivos colores, disfrazados de personas.Los niños salieron de su escondite, pero no pudieron aguantar la risa y algunas palabras de burla. Los guacamayos, enfadados, se llevaron la comida y decidieron no volver.
Los niños comprendieron que habían sido unos desagradecidos. Se pasaron entonces todo el día pidiendo perdón a gritos, para que los animales pudieran escucharles. Los loros volvieron, perdonaron a los niños y se hicieron sus amigos.