¿Te se ha metido el demonio dentro del cuerpo, mujer? ¿No ves que no puede ser feliz ese matrimonio con don Alejo?
¿Un sempiterno hablador le quieres dar por marido? Más hueco que una petaca y lleno de perendengues; un fatuo que rompe, un dominguejo, cuyo trato nadie estima y que sirve en todo Lima de hazmerreír y de gracejo.
ESCENA I
Cabal; con él, sí, señor.
¿No encontraron más apodo para hacértelo deforme? Pues los que han dado el informe mienten. ¿Querrán para yerno tuyo un mozo zarrapastroso? No, señor: ese tal Manongo no se casará con mi hija.
Sabes que Manongo es hijo de un hombre a quien aprecié, y con el cual milité en el batallón del Fijo. A él debí, después de Dios, la vida...
Nunca hay servicio que bastea pagar tal beneficio. muy poco antes de su muerte me encargó de ese muchacho . Yo le prometí tratarlo como a hijo mío, y ¿he de mostrarle desvío sin justo motivo? Di.
¡Dale la muela! Tan decantado servicio con usura le pagaste.
¿Acabó usted, Don Jesús?
¡Se verá tal desentono!
Acabé, ¿no te contenta?
¡Qué tarabilla!
Pues bien. Mi hija no se ha de casar con un mozo estrafalario de cuyo trato ordinario; ni con ningún homo-bono, que la engañe y embrutezca.
¿Qué esto, pues? ¿Hasta cuándo? Salgamos de capa rota. Ese mozo está en la pelota, y es, a más, un burro andando.
Si quieres morir, sin saber de qué, amárrate un tonto al pie
¿Qué es lo que estás ahí diciendo? ¿Has perdido la chaveta?
Y muy trucha entre los truchas.
¿Te ha dado fiebre, Rufina? Vamos a ver, trae el pulso.
¡El diablo son las mujeres!
¡Pues lindo zaine le ofrece tu ternura paternal! Ya se ve, no sienta el mal sino aquel que lo padece.
Y chíllese el que se chille, hará que la niña brille y pinte mejor que muchas.
Como es usted tan insulso no sale de la rutina.
Yo no hablo de paporreta; Dios me entiende y yo me entiendo.