El anciano, asintiendo, alzo el cuartillo de licor que sellaba aquel contrato de venta de su hija, quien, estremecida de miedo, no se animó a entrar a la casa y, a escuchar tal pacto , huyo despavorida y corrió asustada con el corazón latiéndose alocadamente.
¡Por la mañana, sin que nadie me vea, escaparé de esta casa! ¡Saldré del caserío! ¿Dios mío, qué he hecho para merecer esto? ¡Mis padres quieren entregarme a ese viejo! ¿A dónde iré? ¡Ya sé! Correré sin parar hasta la hacienda de la señorita Julia. Ahí abajo ella me ayudará cuando le cuente lo que me ocurre.
Al día siguiente, escondida de todos, sin que nadie se percatase, se encaminó por el monte hacia la quebrada, temiendo que un puma la atacara o que alguien la pudiese ver. Asustada, no reparaba en que las zarzas le raspaban las piernas. Mientras bajaba de la altura hacia la casa hacienda, iba pensando.
¡Ay! ¿Y si la señorita Julia no em quiere ayudarme? ¿Qué haré? ¡Ah, pero de ninguna manera me casaré con el viejo! ¡Si me obligan..., ya sé lo que tengo que hacer! ¡Tengo tanto miedo, tanto que me duele el corazón! ¡Mi mente se nubla, la pena y la rabia no me dejaban pensar bien..., pero tengo que pensar! Valor, he de hablar con la señorita Julia!