Mi primera experiencia universitaria no fue nada satisfactoria. Comencé a cursar Estudios Ingleses en la UV con el objetivo de llegar a ser profesor de inglés, sin embargo, la forma en la que estaba organizado el grado no me gustó nada. No se tenía en cuenta el nivel de idioma del que partíamos y mientras que en el primer cuatrimestre no se dio nada de inglés, pasamos al segundo donde nos pedían hacer reflexiones críticas sobre clásicos de la literatura inglesa. Un salto que para mí fue inasumible, me venció la desmotivación y decidí terminar con ese grado antes de finalizar el primer año.
La segunda experiencia fue mucho mejor, comencé el grado de Maestro en Educación Primaria. Los dos primeros años, que eran más generales, estuvieron bien aunque no llegaron a apasionarme. Sin embargo, cuando pudimos escoger especialización, se ofertó por primera vez la especialidad en TIC y no dudé ni un momento en escogerla. Fueron los dos mejores años de mi etapa educativa, por fin podía poner en juego la imaginación, la creatividad y aplicar mi enfoque propio sobre los recursos que debíamos realizar. Disfruté mucho de esos dos años, aprendí más que nunca y ahí es donde tuve claro que quería dedicarme a esto.
A día de hoy estoy cursando este máster que, como se relaciona con mi especialidad, está gustándome bastante. Sin embargo, también me hace ver que aunque han pasado unos años desde que me especialicé en TIC, este mundo sigue muy anclado a la teoría. Se proponen muchas innovaciones y metodologías nuevas que, a la hora de la verdad, se acaban aplicando muy pocas veces. De hecho, a veces incluso se nos intentan enseñar cómo hacer algunas cosas pero sin embargo, no se aplican esas mismas cosas a la hora de enseñarnos a nosotros. Pienso que aún queda un largo camino para que los alumnos y alumnas dejen de ser clones en cualquier etapa educativa.
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