Caliente, caliente. Pero ¿y aquel sabor de carne perseguida?
Cerca le anda.Pero ¿y aquella inocente ternura de manteca?
El sabor era de muerte reciente y en sazón: como de cerdo por diciembre.
¿Lechón, quizá?
¡Lechón de jabalí con salsa de ciruelas!
¡Que se quema! Pero ¿y aquel gusto bravío de retama?
¿Venado?
¡Alabado sea el Santísimo!
¿Jabalí?
¿Cocinera? ¡Vade retro, blasfemo!
Y qué espera el cabildo para levantar una estatua a vuestra cocinera?
¡Juan Blas el de las Manos de Oro!
Si mi cocinera fuera capaz, ya sería mi esposa. Las mujeres se quedan en los platos mostrencos. Algunas llegan al estofado de liebre con olivas y aveces a paella. Pero la cocina artística está reservada al genio del hombre. Y entre todos los llamados sólo hay un elegido…
Ciego de mí! No digáis más: ¡Juan Blas, el posadero!
¡Ay!…Era el perfume del pecado.
Todo, no. Todavía queda un detalle sutil.¿No percibió en el guiso cierto aroma furtivo… como una trampa en el juego… como una cita con una recién casada?
Ahora lo comprendo todo.
Sí, por cierto; un tufillo inquietante
Pues bien, eso que acabamos de comer juntos era el producto de un robo.
Míreme bien a los ojos. ¿Soy yo un hombre honrado?
¿Qué pecado?
El más honrado, el más justo, el más incorruptible de los jueces.
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