El sacristán acudió al pedido de ayuda de Elizarda; y, aunque temía que el párroco pudiera volverse contra él, hizo todo lo posible por aplacar la rabia del cura.
Pobre de aquellos que pecan contra el sexto mandamiento.
Dios no tiene piedad de esos infieles, traidores, miserables, descastados.
Después de un largo rato, el pa'i Martín se calmó; y, resolvió meterse en la sacristía, dejando a Elizarda y a Felipa con el sacristán.
Aparentemente, al día siguiente de la confesión, el cura hizo venir a las dos mujeres a su casa, donde, atándolas a un árbol que había en el patio, las hizo azotar por el sacristán, con un mboreví.
El domingo siguiente, el pa'i Martín pronunció un arrebatado sermón ante sus feligreses con respecto al sexto mandamiento. Es más, puso en sus palabras mucha pasión, y más de una vez su puño gigantesco e indignado cayó como una maza sobre la imaginaria cabeza de los que lo quebrantaban.
¡Condenación para los que se dejan arrastrar por el pecado de la carne!
Cuando menos se los esperen, la justicia de Dios los aniquilará, como se aniquila una hormiga.
Una semana después, próximo a su rancho, entre unas malezas, Pascual fue herido por una mano vengadora y oculta. Solo que esta vez la justicia divina se sirvió, para cumplir sus misteriosos designios, de un arma tan humana y sencilla como lo es una escopeta.
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