No se volvió a saber nada de él en más de un año. Por fin llegó una carta de seis hojas manuscritas en la que ya era imposible reconocerlo. El dolor había vuelto, Aimé Césaire le había regalado otro bastón con incrustaciones de nácar. Hacía seis meses que comía carne con regularidad, y toda clase de mariscos, y era capaz de beberse hasta veinte tazas diarias de café cerrero. Volvió a fumar, se sentía tentado de volver a su país para ponerse al frente de un movimiento renovador.
Cuando volvieron a casa encontraron una carta de despedida en la mesa de noche de los niños. Allí mismo dejó su anillo de bodas para Bárbara, junto con el reloj de leontina para Lázaro.
Después de acompañar al presidente a tomar el taxi, Homero regresó a casa y encontró a su mujer descompuesta, de furia. A pesar de los esfuerzos que hizo Homero por tranquilizarla, pasaron en vela una noche terrible.
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