Cien años antes, el Futre se había preparado para hacer un viaje, se dirigió al patio de maniobras y se subió a una máquina para transportarse.
Llegó a Los Horcones y siguió hacia La Curva de los Ingleses. En una hora llegaría al campamento avanzado en su caballo.
El Futre desmontó en una pequeña explanada, amarró el caballo en un poste y abrió la puerta de un cobertizo. (El guardián no estaba, pero había dejado lista la mesa y la silla junto a la ventana.)
¡El dinero!
El Futre dispuso sobre la mesa el tintero, la pluma, acomodó su sombrero y el maletín lo dejó en el piso.
Un ruido a sus espaldas llamó su atención, pero no tuvo tiempo de darse la vuelta. Dos manos le sujetaron los brazos y otra le levantó el mentón. La navaja se deslizó con fuerza por el cuello. Su cabeza cayó hacia atrás. En ese momento, de algún modo, su caballo también murió.
Manuel y Vilma quedaron paralizados. (El jinete sostenía las riendas con una mano y con la otra su cabeza ensombrecida). Abrió los ojos y una voz cavernosa preguntó por el dinero. «El dinero», insistió, «el dinero». Después, sin esperar respuesta, el jinete dio media vuelta y regresó a la niebla.
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