la noticia fue para él como un anuncio de la muerte,que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le permitió verun fusilamiento.
-Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutospara retirarse.
José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que teníaenfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta.
Varias voces gritaron almismo tiempo:-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!
José Arcadio Segundose arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos queestallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertoshombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el bananode rechazo.
-Buenos -dijo exhausto-. Soy José Arcadio Segundo Buendía.Pronunció el nombre completo, letra por letra, para convencerse de que estaba vivo.
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