El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Al volverse con un juramento vio una yaracacusú arrollada sobre sí misma.
¡Aaaaah!
El hombre sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
¡¡Toma!
Llegó al rancho. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer.
¡Dorotea no me des agua, dame caña!
¡Pero es caña, Paulino!
El hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná, la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría ante a Tacurú-Pucú.
De verdad... no quiero morir
El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
Espero me ayude mi compadre
Se bajó de la canoa y arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
¡Compadre Alves!¡No me niegue este favor
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