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Winston se encontraba solo en una sala, Luego se abrió la puerta entró O'Brien. El cual Le hablo de la habitación 101.

La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho dé alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima ala puerta: a causa de la posición de OʹBrien, no podía Winston ver lo que era aquello.

Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por La atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas. Se encontraba ya a muchos años—luz de distancia, pero O'Brien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas.

¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.

Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

En tu caso, lo peor del mundo son las ratas

¡No puedes hacer eso ¡Es imposible! ¡No puedes hacerme eso!

Era un castigo muy corriente en la China imperial.

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Winston se encontraba solo en una sala, Luego se abrió la puerta entró O'Brien. El cual Le hablo de la habitación 101.

La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho dé alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima ala puerta: a causa de la posición de OʹBrien, no podía Winston ver lo que era aquello.

Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por La atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas. Se encontraba ya a muchos años—luz de distancia, pero O'Brien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas.

¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.

Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

En tu caso, lo peor del mundo son las ratas

¡No puedes hacer eso ¡Es imposible! ¡No puedes hacerme eso!

Era un castigo muy corriente en la China imperial.

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Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por La atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas. Se encontraba ya a muchos años—luz de distancia, pero O'Brien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas.

¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

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Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

En tu caso, lo peor del mundo son las ratas

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Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por La atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas. Se encontraba ya a muchos años—luz de distancia, pero O'Brien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas.

¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

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Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

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Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

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¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

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O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

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¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

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¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.

Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.

En tu caso, lo peor del mundo son las ratas

¡No puedes hacer eso ¡Es imposible! ¡No puedes hacerme eso!

Era un castigo muy corriente en la China imperial.

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Winston se encontraba solo en una sala, Luego se abrió la puerta entró O'Brien. El cual Le hablo de la habitación 101.

La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho dé alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima ala puerta: a causa de la posición de OʹBrien, no podía Winston ver lo que era aquello.

Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.

O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.

La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:

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¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!

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  • Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.
  • Lo peor del mundo varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo.
  • En tu caso, lo peor del mundo son las ratas
  • Winston se encontraba solo en una sala, Luego se abrió la puerta entró O'Brien. El cual Le hablo de la habitación 101.
  • ¡No puedes hacer eso ¡Es imposible! ¡No puedes hacerme eso!
  • Era un castigo muy corriente en la China imperial.
  • La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho dé alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima ala puerta: a causa de la posición de OʹBrien, no podía Winston ver lo que era aquello.
  • ¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡A mí, no! ¡A Julia! No me importa lo quele hagas a ella. Desgárrale la cara, descoyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia!¡A mí, no!
  • Luego de que el guardia se retirara O'Brien se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas.
  • O'Brien levantó la jaula y la puso en la mesa más próxima a Winston, colocándola cuidadosamente sobre la gamuza. Winston podía oírse la sangre zumbándole en los oídos. Sentíase más abandonado que nunca. Estaba en medida una gran llanura solitaria, un inmenso desierto quemado por el sol y le llegaban todos los sonidos desde distancias inconmensurables.
  • La careta le apretaba la cara. El alambre le arañaba las mejillas. Luego..., no, no fue alivio, sino sólo esperanza, un diminuto fragmento de esperanza. Demasiado tarde, quizás fuese ya demasiado tarde. Pero había comprendido de pronto que en todo el mundo sólo había una persona a la que pudiese transferir su castigo, un cuerpo que podía arrojar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:
  • Caía hacia atrás hundiéndose en enormes abismos, alejándose de las ratas a vertiginosa velocidad. Estaba todavía atado a la silla, pero había pasado a través del suelo, de los muros del edificio, de la tierra, de los océanos, e iba lanzado por La atmósfera en los espacios interestelares, alejándose sin cesar de las ratas. Se encontraba ya a muchos años—luz de distancia, pero O'Brien estaba aún a su lado. Todavía le apretaba el alambre, en las mejillas.
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