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FLEWLGKRFEWFDEl ejército del virrey se componía por doce batallones de infantería, cinco cuerpos de caballería y catorce cañones. Su fuerza era de nueve mil trescientos hombres.
Los patriotas contaban sólo con diez batallones, cuatro regimientos de caballería y un cañón rescatado de un museo limeño. En total: Cinco mil ochocientos hombres.
La superioridad española era notoria. Y entre los patriotas, para mayor conflicto, sólo había carne para racionar a la tropa por uno o dos días más.
La Mar se dirigió a la choza que alojaba a Sucre:
- ¡Y bien!
¿Qué haría usted en mi condición? - preguntó.
- ¡Dar mañana la batalla!, -dijo la Mar- ¡vencer o morir!
La junta de guerra, por unanimidad, optó por hacerlo. Y cuando el coronel O' Connor solicitó la contraseña:
- ¡Pan, queso y raspadura! -contestó La Mar, refiriéndose al magro rancho de aguardiente, queso, pan y chancaca. Santo y seña patriota al romperse los fuegos en Ayacucho.
Iniciada la gloriosa batalla, Sucre -en su brioso caballo- gritó vibrante:
“¡Soldados! De los esfuerzos de hoy pende la suerte de América. ¡Que otro día de gloria corone vuestra admirable constancia!”.
Y cuando Sucre, viendo ganada la batalla, impulsó al valiente Córdova; este lanzó su original arenga: “¡División! ¡De frente! ¡Arma a discreción y paso de vencedores!”.
A la caída del sol de ese 8 de diciembre, Canterac firmaba la capitulación de Ayacucho. Y esa tarde, cuando Miller acudió a la choza de Sucre en busca de alimento, sólo pidió aguardiente, queso y pan porque de raspadura bastaba la que le habían propinado a los españoles.