El dios Himeneo, cubierto con un manto de fuego, en un vuelo largo y pausado, sedirigió hacia las costas de la Tracia.
Volaba sin sin que le conmoviera la voz de Orfeo, que le suplicaba un buen agüero para su matrimonio.
¡Por favor Dios Himeneo te suplico que mi matrimonio este bien!
Tiempo después
Auch¡!!!ALGO ME PICO
un áspid le había picado en un talón y murió muy pocos días después de su matrimonio.
Te suplico dios mío que la salves ¡Por favor te lo ruego!
¡Oh, dioses de estos antros en los que nos hundimos los mortales! No creáis que vengo a curiosear en vuestros dominios ni siquiera para encadenar de nuevo al can Cerbero de tres cabezas serpentinas. Mi esposa, muerta en plena juventud, es el único móvil de mis acciones. No me hicieron caso los dioses de la luz. Vosotros, que no habéis repudiado al amor, ¡concededme que pueda resucitar a mi Eurídice! Y yo os prometo que cuando, los años fatales de la vida normal transcurran... ¡ella y yo volveremos para siempre a este país de sombra y de infelicidad.
Todos emocionados y sorprendidos ante tal sentimiento se quedan inmóviles