Son las dos de la tarde y acabo de llegar al final de la selva, a pocos minutos del último poblado de los hombres
Yo sigo de largo por las calles vacías, cargando mi pesada mochila
y pronto salgo a carretera s se desbarata en grietas anchas y tan profundas que parece que por aquí se está partiendo el mundo en dos
Mis botas de agua se calientan al contacto con la costra naranja, y sudo abundantemente. El aire, seco de tanto haber soplado por el mundo, está acabando con la humedad de mis pulmones
Sigo caminando, y empiezo a sentir la saliva en mi boca como una presencia manifiesta. La siento desaparecer infinitesimal pero nítidamente. Tengo sed. Se me nublan un poco los ojos, y más allá, me siento sobre un montículo naranja. Pienso en la carga que llevo a la espalda: tantas cosas, algunas queridas, algunas necesarias, todas inútiles ante el misterio simple de la Sed.
No puedo caminar más, y me vuelvo a sentar. La lengua se me pega al paladar, humedecida apenas por una saliva viscosa y amarga. Me siento ligero, y velozmente me digo que debo de haber perdido mucha Agua.