Ve, longu. Ajusta la tranca. Han de chapar los vecinos
Uhuu... -Espera nu más. Unitus hemus de rubar a tatita.
Estu ca para taiticu es. Vus ya comiste mazamurra
El viento al estrellarse en la puerta de la choza de Andrés Chiliquinga la abrió con imprudencia que dejó al descubierto sus entrañas miserables, sucias, prietas, sórdidas
La india Cunshi tostaba maíz en un tiesto de barro renegrido -como el maíz era robado en el huasipungo vecino, ella, llena de sorpresa y de despecho, presentó al viento intruso una cara adusta: ceño fruncido, ojos llorosos y sancocha— dos en humo,labios entreabiertos en mueca de indefinida angustia, ordenó al crío:
Luego volvió a su rincón, donde le esperaba la olla de barro con un poco de comida al fondo. y antes de continuar devorando su escasa ración diaria echó una mirada coqueta y pedigüeña hacia el tiesto donde brincaban alegres y olorosos los granos de maíz
A pesar de la esperanza el rapaz colgó la jeta Y. sin más preámbulos, se acurrucó en el suelo, pusola olla entre las piernas y terminó su mazamorra.
Después de hablar con los compañeros de la ladera del cerro mayor, donde el hambre y las necesidades de la vida se volvían cada vez más duras y urgentes — en esa zona se amontonaban en cuevas o en chozas improvisadas las familias de los huasipungueros desplazados de las orillas del río
El cojo Andrés Chiliquinga descendió por el chaquiñán. Es de anotar que los indios que quedaron sin huasipungo por la creciente y toda la peonada de la hacienda —unos con amargura, otros con ilusión ingenua esperaban los socorros que el amo, o el Administrador, o el arrendatario delas tierras — desde siempre — tenían por costumbre repartir después de las cosechas.