rosa
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- Balta Espinar se levanta del lecho y se frota los ojos adormilados y se dirige a pasos lentos hacia la puerta. Luego se acerca al pilar y descuelga de un clavo el pequeño espejo. El espejo se hizo trizas en el suelo y en la casa se oyó un sonido de cristal y hojalata. Balta se puso pálido y su cuerpo temblaba de susto.
- Adelaida le dice sobresaltada desde la cocina) (Cuando Balta está sentado a la mesa para la comida,
- Adelaida,¿Sabes? He roto el espejo
-
- ¿Y cómo lo has roto? ¡Alguna desgracia!
- Ese día en que cantó la gallina, Adelaida estaba llorando hasta el momento en que se acostó Balta no podía dormir por más que lo intentó. Su mente tenía malos pensamientos.Más ahora, en medio de la noche, oyendo llorar a su mujer, la escena del espejo aparecía en su cerebro y le atormentaba misteriosamente
- ¡Jesús! ¡Dios me ampare! Que va a ser de nosotros…
- ¡Ay señor! Qué va a ser de nosotros…
- Cuando canta una gallina, mala suerte, mala suerte… Para que muera mi madre, una mañana, muchos días antes ,cantó una gallina vieja,que teníamos.
- Adelaida, no juegues. ¡Llorando porque canta una gallina!... Vaya… ¡No seas chiquilla!
- El otro día Balta lo primero que hizo al salir a la calle fue comprar un espejo Tenía una fantástica obsesión del día anterior. Sin decirle nada a su mujer,fue a sentarse en uno de los enormes alcanfores, que había en el patio, contra uno de los muros, y allí estuvo ante el espejo, horas y horas. La vieja Antuca, la madre de Adelaida, le sorprendió en esa postura
- La relación de pareja entre Balta y Adelaida se fue deteriorando poco a poco, por la mente sucia y supersticiosa de Balta. Un día, cuando Balta volvió de un largo peregrinaje por los páramos, agonizaba la tarde. Adelaida, que había vuelto ya del pueblo, esperaba a su marido, ansiosa y presa de inconsolable zozobra.
- ¿No te has ido a la chacra, Balta? Don José dice que el triguillo de la pampa ya está para la siega. Dice que el sábado lo vio, cuando volvía de las Salinas…
- ¡cho!... ¡Chooo! ¡Adelaida! ¡Esa gallina!
- Santiago observaba extrañado. Un niño de ocho años, él no se daba cuenta de aquel infortunio. Su corazón empezó a encogerse y tuvo ganas de llorar. Viendo padecer a su hermana, le dolió el alma. Ante tanto dolor de su hermana se puso a llorar.
- ¿Dónde te has ido, por Dios?
- ¡Pero por Dios, Balta! ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? Ay, Dios mío! Yo no te hecho nada malo para que me trates de esa manera tan fea. Yo te amo mucho, esposo mío.
- ¡Déjame, mujer!
- ¿Qué haces, Adelaida? ¿Buscas tu rueca? Yo no la he visto desde el otro día… ¿No ha llegado todavía, don Balta? ¡Pobrecito! Si lo habrá agarrado el aguacero…
- Me han dejado. ¡Adelaidaaa!
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