—¡Ah! Hijo de una perra...Esta vez la bota del rural le sonó como un campanillazo al patearlo enla oreja. En la ya rasgada.
—Deje er caballo pa pasar —advertían atrás al montado. Una patada en lasnalgas lo acabó de hacer pasar la cerca. Se fue de cara en la hierba.
—Aja, yastás arreglao...Pero era un mogote el negro. Rugía como toro empialado. Y se agarró alas piernas del otro fracasándolo de espaldas. Quiso alzarse y patear también.Veía turbio.
—¡Ah! Hijo de una perra...De todos lados las culatas y las botas le llovían golpes. Giró el negrolos ojos blanqueantes. Agitó la bemba. Quería hablar—¡Ah! ¡Mardecido!
—Sí. ¿Y qué?
—Hei, señora.Delinterior de la casa respondían. Se oían pasos.—Una posadita...
—Bueno, dentren nomás.
—A ver... ¿Qué jue?—¿Son rurales?
—¿Han comido?—Pero argo caliente. ¿Un matecito e café puro con verde asao?
—Ya, señora. Si ustèd es tan güeña...
—Petitaa... ¿Ta apagao er fogón?
—Señora, muchísimas gracias. ¡Y nos vamo que hai que hacer en er día!Petita se sonreía con el capitán a espaldas de la vieja.