Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años se casó con Úrsula con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días...
¡Órale pues, dame un beso, Arcadio!
Ahora, sí, Úrsula, ya me cansé de las historias que cuenta tu madre, ¡al fin nos casamos!
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Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas,que se cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Y así estuvieron varios meses. 
¡Me rehuso el haber consumado nuestro matrimonio!
Ya vas a empezar otra vez, de seguro es por esos pronósticos sinistros sobre tu descencia que tu madre tanto te dice, ¿verdad?
Durante el día, él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre
¡Uy con estos gallos voy a ganar muchas peleas!
¡Kikirikii!
¡Cocoroco!
Durante la noche,forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición popular olfateó quealgo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula seguíavirgen un año después de casada, porque su marido era impotente. JoséArcadio Buendía fue el último que conoció el rumor.
Déjalos que hablen, nosotros sabemos que no es cierto
Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente...
De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta eldomingo trágico en que José Arcadio Buendía le gano una pelea degallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal,el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallerapudiera oír lo que iba a decirle.
JAJAJAJAJA
Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar.
¡Te felicito! A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer.
Vuelvo en seguida...
Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la  puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo,Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta.