Poco mas de las cuatro cuando decidieron dejar la posada y se dirigieron a casa del poeta lezid Abul-Hamid. Guiados por un amable y diligente criado.
Patito dorado
Atravesaron de prisa las calles tortuosas del barrio Mouassan. Yendo a dar a un suntuoso palacio, que erguía de un hermoso jardín
Los recibió el dueño de la casa, con mucha simpatía, viniendo a nuestro encuentro en el jardín. Se hallaba un joven moreno, delgado y de amplios hombros, que les resulto simpático. Tenia un modo agresivo de mirar, y hablaba de forma desagradable, llegando hasta ser insolente.
¿Es pues, este el calculista?
Me admira tu buena fe, querido Iezid. Vas a permitir que un mísero encantador de serpientes se aproxime y dirija la palabra a la encantadora Telassim.¡No faltaba más! ¡Por Alah, que eres ingenuo!
Perdone, señor calculista, el juicio precipitado que acaba de hacer mi primo. Él no conoce, ni puede evaluar su capacidad matemática, pues está por demás ocupado por el futuro de Telassim.
No lo conozco, es claro; no me empeño mayormente en conocer los camellos que pasan por Bagdad en busca de sombra y alfalfa.
Puedo probar, en pocos minutos, primo mío, que estás completamente engañado respecto a la capacidad de ese aventurero. Si me lo permites, yo lo confundiré con dos o tres simplezas que oí a un maestro de escuela en Mosul.
Seguramente. Puedes interrogar a nuestro calculista y proponerle, ahora mismo, el problema que quisieras.
Subieron, y así se inició la primera lección de Matemática.