De Dushanbe llegamos a Tashkent, y de ahí debíamos dirigirnos a Minsk. No había billetes. No hay billetes y punto. Lo tienen bien montado; hasta que no los juntas no subes al avión; se meten con todo, que si el peso, que el tamaño; esto esta prohibido, esto no se puede llevar.
ìNo va usted a conseguir nada, y si se pone a reclamar un trato justo lo ˙nico que conseguir· es que tiren su contenedor al campo yque allÌ la desvalijen hasta el ˙ltimo trapoî
Hemos perdido dos patrias a la vez: nuestro Tadzhikist·n y la Unión Soviética. Me voy a andar por el bosque y pienso en mis cosas. Los demás, todos están delante de la tele, a ver qué pasa por allí. ¿Qué sucede? Pero yo no quiero saberlo. Hubo una vida... Otra vida... Se me consideraba una persona importante; hasta tengo un grado militar: teniente coronel de las tropas de ferrocarriles. Aquí he estado parada, hasta que encontré un trabajo de mujer de la limpieza en el Ayuntamiento. Friego suelos...
¿Qué sucede?
Unos aquí se compadecen de nosotros, otros están descontentos: ¡Los refugiados roban las patatas. Las desentierran por la noche!
Dos días nos estuvieron mareando. De modo que fui a ver al jefe y allí en la recepción di con una buena mujer que me aclaró las cosas:
Hace poco encontraron en el bosque un caballo salvaje. Estaba muerto. En otro lugar, una liebre. No los habían matado, sino que estaban muertos. Y ha cundido el temor. Pero un día se encontraron a un vagabundo muerto y el hecho paso casi desapercibido. No sé por qué razón, pero en todas partes la gente se ha acostumbrado a ver personas muertas...
Una vida ha quedado atrás. Y para otra ya no me quedan fuerzas.
En la otra guerra, como recordaba mi madre, la gente se compadecía más de los demás.