Elena decidió rechazar la oferta de la familia adinerada. En su lugar, dedicó sus esfuerzos a desarrollar políticas y directrices éticas para el uso de la edición genética. Trabajó incansablemente para que sus descubrimientos fueran accesibles a todos y se usaran de manera responsable y equitativa.
Con el tiempo, su trabajo estableció un nuevo estándar en la bioética, donde la ciencia y la moralidad caminaban de la mano. Gracias a su coraje y sabiduría, la sociedad pudo aprovechar los beneficios de la biotecnología sin perder de vista la dignidad humana.
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Elena, la brillante científica, se encontraba en el centro de este debate. Aunque estaba orgullosa de sus logros, comenzó a cuestionarse las implicaciones de su trabajo.
Este dilema la llevó a una encrucijada. Si aceptaba, abriría la puerta a un futuro donde solo unos pocos privilegiados tendrían acceso a una versión mejorada de la humanidad. Si se negaba, corría el riesgo de detener el avance de la ciencia y perder la oportunidad de ayudar a millones de personas.
Un día, una familia adinerada le ofreció una suma astronómica de dinero para modificar el ADN de su hijo aún no nacido, asegurándose de que fuera perfecto en todos los aspectos.